sábado, 3 de agosto de 2013

Intercambio de casas

Estamos encantados de haber descubierto y confiado en esta nueva modalidad de viaje. Por fin hemos rescatado algo que echábamos de menos y que solíamos hacer en nuestra infancia. Algo que en el fragor de la batalla diaria uno nunca encuentra ni por asomo. Nos hemos reencontrado con el aburrimiento, ese estado tan denostado que tanto bien hace a la mente. Bien entendido, para nosotros es una manera fabulosa de combatir el estres y lejos del tedio del insoportable verano sevillano, limpia, regenera, purifica y descansa nuestro cuerpecito agotado por el año. Adoramos nuestro trabajo (profesor y orientadora en un colegio de un pueblo cercano a Sevilla) pero la implicación que exige agota.

Por otro lado la furgoneta camper que teníamos se nos quedó chica cuando Elsa, la menor de nuestras hijas, nació. Así que la vendimos y a partir de ahí nos metimos en www.intercambiocasas.com. Desde entonces este es nuestro tercer intercambio y la experiencia está siendo maravillosa. La única pega: nos preocupa el calor sofocante que quien visita nuestra casa va a soportar en los meses de verano. Por lo demás, se trata de una opción con múltiples ventajas, una vuelta al trueque de antaño, lejos de los modelos consumistas, hipermasificados y turísticos que las agencias tratan de vender. Una manera de conocer la realidad de la zona visitada desde dentro, basada en la confianza y la generosidad mutua que tanta falta nos hace en la sociedad que vivimos. Nadie mejor que los habitantes de una casa para descubrirte los rincones más secretos y auténticos de su región, los pueblos más hermosos y los supermercados más cercanos. Mirad que casita tan linda en la que estamos ahora:



En el preciso instante en que escribo estas líneas oigo la chicharra cantando en el jardín (¿o debo decir bosque?), 2 de mis niñas duermen la siesta (si, aquí existe, juegan tanto que acaban reventadas), Ingrid y Cloe han ido al super a hacer unas compras para la cena de esta noche pues llega mi hermana y su familia a pasar unos días con nosotros (¡¡yupi, los primos!!). Me encanta la opción de quedar con familia y amigos de mi ciudad fuera de ella, sin citas, sin compromisos, sin trabajo, solo con nosotros y nosotros mismos. Ahí solemos reencontrarnos, aburrirnos juntos y dejar que el tiempo y el espacio nos lleven a conversaciones y situaciones relajadas y divertidas que normalmente no solemos tener ocasión de vivir. Nuestras niñas jugando con sus caras y sus manos:




Hemos descubierto otro tesoro en medio de este jardín-bosque: Una cama elástica para saltar y saltar hasta agotar energías. ¡Estamos exhaustas!


Y  luego, una vez más, nosotros, la pareja: descubrir una nueva casa juntos, después de pasar meses pensando en este viaje, vaivenes de correos plurilingües con nuestros intercambiadores, abrir la puerta y descubrir habitaciones, cocina, salones y pasillos, el jardín y la piscina, la temperatura, los vecinos...todo nos une. Vivir emociones encontradas juntos nos acerca y nos permite ir creando nuevas ilusiones comunes, hablar de viajes, soñar con otros países y oportunidades de ir acercándonos el mundo. Ambos tenemos ansias de gente y mundo. Aquí el tiempo es nuestro y de nosotros con las niñas. Paseamos de la mano por parques ecuestres, dormimos con la brisa francesa cruzándonos la cara, disfrutamos con la gastronomía local, chapurreamos nuevos idiomas, nos tumbamos al sol y disfrutamos, el ritmo vital se calma, no planificamos, no hay horarios, nos relajamos y los desayunos se vuelven maravillosos. En ellos el sol dibuja en la mesa curiosos jeroglíficos al atravesar las rejas de las ventanas, tostamos cruasanes que untamos con mantequilla local y mermelada que nuestros invitantes manufacturan, la prisa no existe y la familia disfruta con una plenitud insospechada. En contra de lo que suele suceder, es incluso mejor de lo que habíamos imaginado. 

No hay comentarios :

Publicar un comentario